Mi vida en unos folios

Todo empieza en el comienzo, aunque parezca una perogrullada.

INFANCIA

Nací en una familia normal. Yo, la mayor, y tres hermanos. Mis padres tuvieron el gran acierto de llevarme al Colegio Alemán. Laico, y mixto, lo cual por aquel entonces no era muy usual. En general, casi todos mis amigos iban a colegios de curas o monjas .Nuestro colegio estaba formado principalmente por alumnos alemanes, casi todos protestantes. Fui una buena estudiante. Terminé los dos bachilleres, español y alemán con buenas notas.

Recuerdo mi infancia como divertida y feliz. Los veraneos eran muy largos, de Mayo a Octubre. Hasta los ocho años. Íbamos a una aldea en la que no había ni agua ni luz, en donde el pan y la mantequilla se hacían en casa, y la leche se ordeñaba todos los días. Mis mayores diversiones eran ordeñar, subir al monte con las cabras e ir a por agua a la fuente. Finalizada la siega, nos montábamos en los carros de hierba, y nos tirábamos al sol en las eras . Los medios de transporte eran el caballo y los carros de bueyes. Todo eso, viniendo de una ciudad, era muy divertido. También era muy divertido cuando venían los buhoneros vendiendo todo lo que uno en aquellos años infantiles, podía soñar. El resto del año en una ciudad pequeña, yendo al parque con el ama y rodeada de proyectos de hombre que eran mis hermanos y sus amigos. Haciendo todas las travesuras que podíamos, que eran bastantes. La principal, escaparnos, y la siguiente hacer todo lo posible para romper la ropa incómoda y elegante con la que nos vestían para, por ejemplo, bajar por la txirristra.

JUVENTUD

Pasó la infancia, y llegaron los 11, los 12, los 13 y los 14, y los 15... En estos años, digamos que desperté al mundo. Comencé e estudiar en el Instituto, conocí gente nueva y también ambientes nuevos, de los que hasta entonces, sólo había oído hablar, y siempre de forma velada y misteriosa. Uno de esos mundos era el de los locales. Locales que se alquilaban entre varios amigos, y que tenían un atractivo especial. El atractivo que tiene todo lo prohibido. El que lo alquilaba tenía que ser mayor de edad, y eso ya te obligaba ya a relacionarte con gente que, para una quinceañera, tenía como un halo de misterio.

Cada uno apoquinaba su parte. Yo la mía, con las clases que daba de alemán a niños del colegio. Mis padres viajaban mucho durante largas temporadas, entre 2 y 3 meses, lo cual me daba una libertad que era la envidia de todo mi entorno. A veces nos llevaban con ellos, y eso nos abrió a mis hermanos y a mí a unas experiencias y modos de vida, a las que en aquel entonces, y en la España del nacionalcatolicismo, sólo tenían acceso unos pocos. Eso me permitió conocer a personas y situaciones nada usuales para los convencionalismos sociales de esos años en España. Divorcios, amantes, líos, hermanos sólo de madre o padre que pasaban juntos sus vacaciones… . Los locales eran como nuestra segunda casa, y a veces como la primera. Al no tener nadie ningún control sobre nosotros, disfrutábamos de una libertad casi infinita. Cuando ahora mis hijos y sus amigos me hablan de sus locales, no puedo evitar sonreír. En los nuestro, y con quince años, yací yo, en sentido estrictamente bíblico, por primera vez, con un amigo. El compromiso, como que no. Bastaba con gustarse y caerse bien. Tengo recuerdos de grandes juergas, que duraban días y noches, de un trasiego incesante de gente, en especial de muchos” incomprendidos” que se habían escapado de sus casas y no tenían adonde ir, o que, simplemente preferían quedarse en el local. El personal era variopinto, pero la mayoritariamente estaba compuesto por drogatas de diversas procedencias, y varias incautas que les seguían allá donde fueran, y que, en general terminaron bastante malparadas. Alguna que otra muerta. Recuerdo especialmente a dos.

Una chica guapísima, andaluza, que se presentó con un interesante chileno, bastante mayor que ella, y que asiduamente le era infiel. Pero la tenía totalmente obnubilada. Tuvo la inmensa suerte de que él, al enterarse de su embarazo, la abandonó, y ella recurrió a su familia. Aceptaron de mil amores su nueva situación, y acogieron con muchísimo cariño a su hija y a su futuro nieto/a.

Otra no tuvo tanta suerte. Se fue a Holanda (yo iba a irme con ella pero me surgieron una serie de imprevistos y no pude). Después de un tiempo volvió para parir en casa de su madre, dejó al bebé con su abuela y se volvió. Al poco tiempo murió de una sobredosis. Mi relación con las drogas en aquellos años fue de inmersión, no de buceo, lo cual creo que me salvó la vida.

A pesar de todo, los recuerdos que guardo de aquellos años son buenos. Quizás sea la añoranza de que cualquier tiempo pasado fue mejor… De una vida especialmente emocionante, rozando en algunos casos la ilegalidad. Alguna que otra redada en los locales, que daba una emoción a la monotonía del día a día difícil de narrar. Muchas borracheras, comas etílicos con inyección de vitamina B12 para solventarlas, compra de fármacos con recetas falsificadas, venta ambulante de bisutería en la calle… El trapicheo para comprar unos gramitos o un pico, que al principio era regalado, luego casi regalado, y a medida que aumentaba la necesidad de consumirlo, subía de precio. También había almas muy bien intencionadas y caritativas que no perdían ocasión para hacer que todo aquello se supiera en nuestras casas. Lo cual, a mí, me importaba un bledo. Desde los 14 años dejé muy claro en casa que mientras mi rendimiento escolar fuera bueno, yo iba a hacer lo que me diera la gana. Mis padres, no es que cedieran, pero se resignaron. Al fin y al cabo, los resultados académicos eran importantes, y creo que pensaban que mientras yo los valorara, no estaba todo perdido. Tengo que decir en favor de mis padres, que fueron unos padres estupendos, y que una de sus prioridades fue enseñarnos a usar la libertad. Cuando alguno de mis amigos tuvo algún problema, intentaron siempre mediar entre ellos y sus familias para limar asperezas.

UNIVERSIDAD

Y llega el momento de empezar la carrera. Ahí la negociación fue de duro fajador. La Universidad, la más cercana a mi casa. Innegociable. Tuve que ceder aunque mi idea fuera estudiar Bellas Artes en Madrid o Barcelona, y allí era imposible. Me decanté por una carrera que me permitiera trabajar con libertad y en la cual pudiera encontrar el ambiente menos estricto de toda la Uni.

El empezar la Facultad me distanció de mis amigos, porque casi todos dejaron de estudiar, y a los que se decidieron a hacerlo, sus padres les mandaron lo más lejos posible. A algunos les fue bien. A otros no, porque si te mueves en un ambiente determinado, enseguida consigues contactos allá donde vayas. Me refiero a encontrar material para consumir.

EL AMOR

Por casualidad, un día me encontré con el hermano de una amiga, mayor y formal, al que hacía tiempo que no veía. Iba con un amigo suyo que me pareció una persona interesante en aquel entonces, y que ha marcado mi vida para siempre. Puedo decir que a día de hoy, todos los días pienso varias veces en él. Es el amor de mi vida. No puedo decir que lo fue, porque hoy, después de más 30 años lo sigue siendo. Tenía, o tiene, no lo sé, casi 20 años más que yo, estaba separado y tenía 3 hijos. Puedo decir que fue el amor más puro, porque los dos renunciamos a él. Esto parece raro, pero no lo es. No nos tocamos un pelo, más que los castos besos de rigor cuando saludas a alguien. La decisión fue consensuada. Sabíamos que cualquier gesto afectivo un poco atrevido, podía desembocar en algo que ninguno de los queríamos. Fueron años muy bonitos y a la vez muy tristes. Creo que los dos intuíamos que esa relación tenía fecha de caducidad. Me volví asceta. Nuestro único vicio era el juego. Nos encantaban los casinos. A mí me gustaba el ambiente, con ese disimulo de estoy pero no estoy, con el que muchos conocidos que me encontraba se movían. Conseguí una falsificación del DNI para poder entrar. No tenía la edad. El juego es entretenido, divertido, y aunque alguna vez nos pasamos, estaba controlado. Era como un desafío. Y no pasó de mayores. Aunque puedo decir que he visto arruinarse a gente, y que si fuera por mí, hubiera perdido hasta la entretela. Él era alcohólico recuperado y no bebía. De hachís, maría, coca, etc., nada de nada en aquellos años. Nuestra relación era, digamos que secreta, ya que no oculta, porque a veces coincidíamos en los mismos ambientes en los que, por ejemplo, se movía mi padre, porque eran colegas. Había que tomar una decisión. Su propuesta fue que terminara la carrera (él me la pagaba), porque no quería que nunca pudiera reprocharle, si se daba el caso, haber renunciado a mi futuro profesional por él. No acepté. Y con mucho dolor, aquello terminó. Se fue a otra ciudad. Y seguí con mi vida. Estudiando, divirtiéndome, saliendo con amigos… En fin, la vida misma.

MATRIMONIO Y PROBLEMAS

En 5º de carrera conocí al que hoy es mi marido. Doce años mayor que yo, mucha labia, y sobre todo, mucha irresponsabilidad. No fuimos novios ni tres meses. Yo dejé una beca para hacer la tesis en Alemania, y me fui a vivir a un pueblo grande. Allí es cuando empecé a conocer a mi marido. Esa bohemia que me atraía tanto, esa vida sin horarios, se convirtió en un horror de desorden, y en cierta medida, tiranía. Mi marido era un profesional liberal, y nunca he sabido lo que ha ganado. Sé que tardó mucho tiempo en darme firma en el banco porque yo iba a derrochar el dinero. Me busqué un trabajo, luego otro, y la verdad es que he tenido puestos de gran responsabilidad y relevancia social. Tanto que mi marido pasó a ser el marido de, y a mis hijos los llamaban por mi apellido. Lo cual, por supuesto, nunca le ha hecho gracia. Su dinero era suyo, el mío nuestro. Y he tenido grandes broncas por comprar un lavavajillas o un microondas, porque eran un capricho. Sus “hobbies”, por supuesto, eran necesarios. Puedo decir que ha habido días que no tenía dinero para comprar comida, y que llamaban para cobrar sus pufos.

Llegaron los hijos. Cuatro muy seguidos. Nunca me acompañó al médico, y antes de conocerlos se fue a celebrarlo con sus amigos. Aquellos años fueron duros. Los niños, y cuatro en menos de cinco años, exigen dedicación, tiempo, estar con ellos, en definitiva. Mi marido pasaba olímpicamente y hacía su vida. En aquella época empecé a beber. Tenía muchos actos sociales, en los que se bebía, pero yo luego necesitaba más. Fue como una inercia que me arrastraba. El nunca me lo reprochó. Tampoco me ayudó. En nada. Con cinco hijos, habrá cambiado pañales unas diez veces. Si yo tenía una cita de trabajo y él tenía que llegar para relevarme con los niños, o llegaba tarde o no llegaba. Tuve que buscarme una asistenta. Lo cual, por supuesto, era totalmente innecesario, aunque la pagara yo. Dejé de tener una cuenta corriente conjunta, e hicimos separación de bienes. Estaba harta de ver la cuenta embargada y no poder disponer de lo mío, mientras él no renunciaba a sus caprichos.

Un día, avisando con mucho tiempo, e intentando razonar sin conseguirlo, cogí a mis cuatro hijos y me fui. Al año vino él, con mil promesas que nunca cumplió. Pero yo ya sabía que nunca lo iba a hacer. Me llamaba de todo delante de sus hijos, como mala madre, y hacía hincapié en que yo le quería echar de casa, lo cual era cierto. Pero yo no quería echarle. Quería que se fuera, con dignidad, y le ofrecí varias veces una salida airosa, como pasarle dinero y que viera a sus hijos siempre que quisiera. Nunca aceptó nada, y menos un diálogo civilizado.

Nació nuestro quinto hijo, que se lleva nueve años con el anterior. Fue un niño muy querido por sus hermanos, y por todo el entorno. Tengo que decir que mis hijos nunca han sido un desliz. Son de lo mejor que tengo y tendré.

EL ALCOHOL

Yo seguía bebiendo, cada vez más. Tuve varios sustos gordos, pero el susto se me pasaba enseguida. Muy buenos propósitos, pero yo volvía a lo mío. O sea, a beber. Mis hijos los mayores reaccionaban de forma diferente. Cada uno según su carácter y forma de ser. Uno tiraba los bricks de vino a la basura, otro me reñía, otro no me dirigía la palabra… Y otro era súper comprensivo y cariñoso. Me daba una pena horrible cuando me miraba con esos ojos llenos de cariño y tristeza a la vez. Nunca olvidaré esa mirada, y las palabras de cariño que me dirigía. Quizás porque nunca más podrá hacerlo. Se murió con 21 años, hace tres, y tengo que decir que mi mayor orgullo es que los últimos años de su vida los pasé sobria y pudiendo atenderle como él se merecía. Levantándome con él pronto por la mañana para hablar de lo divino y de lo humano, de la muerte que le rondaba… Para él era una gran tranquilidad poder hablar de su posible muerte. Me decía que era un alivio no tener que estar fingiendo todo el tiempo. Nos enseñó mucho a toda su familia, con su serenidad, su buen humor y su esfuerzo, a veces heroico, por llevar una vida normal en chaval de 15, 16, 17, 18, 19, 20 y 21 años. Seis años conviviendo con un corazón que en cualquier momento se puede parar, y hacerlo con temple, una sonrisa siempre en la boca y ninguna queja me demostró una gran categoría humana. Su padre, por supuesto, como el mago Houdini, de escapista. Cuando le hicieron el trasplante de corazón no estaba, y cuando se murió tampoco.

Pero volvamos al hilo principal. Yo seguí bebiendo. Y cada vez bebía más y más pronto. Así pasaron años. Un día uno de mis hijos me llevó a AAA ( Alcohólicos Anónimos), pero el ambiente me pareció deprimente. Otro me llevó a un sicólogo. Pero yo no quería dejarlo. Y si uno no quiere, no hay manera. Lo mismo pasa con la droga. Me compraba briks de vino y vasos de plástico, y he llegado a beber en los servicios públicos, y en sitios insospechados. En casa he vaciado envases de leche para llenarlos de vino y así esconderlo.

Tuve un vómito de sangre, y me ingresaron de urgencia. El diagnóstico fue cirrosis. Luego he tenido más episodios de estos, pero con un tratamiento que cumplo a rajatabla, se han solucionado. No me he muerto de milagro. El médico me miraba como a una apestada, y me hartó tanto que le dije que gracias a gente como yo, y otros como yo, él comía, porque éramos sus pacientes, le gustara o no. Y sino, que hubiera elegido otra especialidad. Estuve ingresada una temporadita, y quisieron ingresarme en un centro. Supongo que sería un siquiátrico. Me negué. Entonces me mandó a un siquiatra. Fui. Y ya empezó todo mal. Me senté en su sitio. No deliberadamente, por supuesto. Al entrar me lo hizo ver, me cambié de sitio, y me soltó un “speach”. En ningún momento me preguntó por qué bebía. Eso sí, me dio un montón de recetas para aliviar el mono que me iba a producir el no beber .Si me decidía a dejarlo.

LA SOBRIEDAD

De repente se me aclaró la mente. Y decidí dejarlo yo sola. Pero me impuse unas normas. Seguir saliendo con mis amigos mientras ellos iban de vinos o se tomaban una copa, aunque yo no lo hiciera. Tampoco era plan dejar de relacionarse con la gente, y en esta sociedad en la que vivimos, la cultura del alcohol está muy presente. En mi nueva vida he aprendido a valorar muchas cosas. Y a prescindir, en lo posible, de todo lo que no me aporte nada. Cosas y personas. Me he vuelto más comprensiva. Perdono y justifico todo, y ayudo en lo que puedo.

Siendo muy consciente de que nadie está en una situación como la que yo estaba porque le apetece, sino por imperativos de la vida. Y que no se puede obligar a nadie a dejar una adicción. Hay que enseñar a la gente a quererse a sí misma, a quererse más de lo que se quiere al alcohol, la “maría”, la coca o los ansiolíticos. Cuando uno se quiere y estima le sobran las adicciones. Y además, puedes querer y ayudar a los demás cuando lo necesiten. No se puede dar algo que no se tiene.

RELACIÓN CON MI MARIDO

Mi marido sigue en su línea. Tiene una insuficiencia respiratoria, que explota para no hacer nada que no sea ocio. No le quiero. Creo que nunca le he querido. Estaba enamorada. Pero el enamoramiento se termina. El Amor no. El querer es diferente. El dice que me quiere mucho, que qué sería de él sin mí, pero yo sé que es un amor interesado. La gente como él sólo se quiere a si misma. Prueba de ello es que sigue sin colaborar en los gastos de la casa, de ropa, de estudios…Y para qué decir en el normal funcionamiento de una familia como poner, por ejemplo, la mesa o retirarla. Pero colabora asiduamente en sus colecciones de objetos inútiles, que no sirven más que para gastar el dinero inútilmente y acumular polvo o marcar la hora. Y los regalos que me hace, se los hace a él mismo. Nunca me ha regalado algo que me guste realmente a mí.

He tenido muchas ocasiones de serle infiel. Pero no entra en mis principios estar casada y tener otro. He huído de ocasiones, he dejado de ir a determinados sitios, no he cogido el teléfono… Creo que mis hijos no se merecen eso. Y además, a estas alturas de la vida, no tengo ganas de aventuras. Y menos de líos. Si me arreglo es para mí, para verme bien, y no para los demás. He decidido que lo mejor es llevar unas vidas paralelas. Cada uno su vida, y en las ocasiones en que hay que dar imagen de familia feliz, se da. Ningún problema.

He criado cinco hijos peor que sola, porque mi marido siempre ha sido una rémora, y nunca un compañero. Y ahora me agradecen su educación en valores, en solidaridad, en austeridad… Pero para valorar eso hace falta la perspectiva del tiempo. Los mayores ya la tienen. Al pequeño le faltan unos pocos añitos.

Haciendo un balance rápido, no sé si podría decir que he sido una mujer feliz. Ahora estoy en una fase de serenidad a la que nunca pensé llegar. Pero puedo decir que muchas veces me siento infinitamente sola. Que echo en falta, y sé que siempre echaré, a ese compañero de viaje que te acompaña a lo largo del camino. Alguien con quien poder envejecer, y sentaditos en un banco, debajo de un árbol entre el sol y la sombra, poder mirar juntos al cielo cogidos de la mano.

Historias reales de nuestro gabinete de psicología

Perdonándome a mí misma

Quiero destacar que el maltrato que sufrí fue mucho más sutil del que cabe imaginar, es decir, a penas padecí violencia física o incluso maltrato psicológico activo (es cierto que alguna vez recibí insultos como ya he dicho o burlas, pero muy esporádicamente), pero lo que sí sufrí en primera persona es maltrato psicológico “por omisión”: era excluida absolutamente de todo porque era tan tímida y encima fea, que nadie me querría.

Historia de un felpudo

Y, eufemismos y distracciones aparte, a las cosas y a las personas hay que llamarlas por su nombre. Y, el mío, tiene un nombre. Me guste o no, a nivel emocional he sido y soy un felpudo. Ni más ni menos.

Mi no tierna adolescencia

Es difícil empezar una historia cuando no sabes exactamente desde cuándo contarla, puede que un buen inicio sea el instituto.

Crónica de un dependiente emocional

Me ha costado mucho escribir estas líneas. Lo que más, ha sido romper ese muro que he ido construyendo tras el cual guardo todo el sufrimiento vivido y el despiadado animal de la dependencia emocional. Todo eso está guardado en mi mente. Supongo que como el que sufre una situación traumática.

Cafeína y chocolate

Siempre hay luz al final del camino. A veces parece que no, y que no vas a salir nunca, pero te aseguro, que después de la tormenta siempre llega la calma.

Golpes de la vida

En esta vida todo llega porque todos merecemos ser felices, así que tened paciencia y no os hundáis nunca, siempre mirad hacia adelante y levantaros las veces que haga falta para seguir. Ante todo jamás perdáis la sonrisa.

Por fin; luz dentro de mi cueva

Fue en marzo de 1999; como no tenía trabajo se me ocurrió que podría estudiar inglés. Me apunté en una academia, y por medio de la academia conseguí aprender un poco más de Inglés, y pocos meses después, me fui a Inglaterra, pensando que allí me abriría más a la gente, porque aquí yo era y soy muy cerrado, y como no tendría a mi gente, no me quedaría otra que buscarme la vida.